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lunes, 4 de mayo de 2009

El Pozo de Jacinto

La abuela se lo tiene advertido al nieto: para loa playa de Jobos no va ni irá mientras ella tenga fuerza en los riñones. Y si lo tienen que tostar nuevamente por desobediente, lo tuesta. -los muchachos no saben del peligro- murmura la abuela.

No son las corrientes traicioneras que se han tragado más de uno. Peor que esas aguas turbulentas, peor que los murmullosos borrascosos son los peñascos erizados en la orilla. Los respiraderos por donde revientan impetuosos chorros verticales que rebasan los picachos para alfombrar de gruesa espuma la arena más cercana.

De todos los respiraderos, es el pozo de jacinto el que más espanta a la abuela..

Quién fue Jacinto, eso nadie parece saberlo. Muchos han querido inventar historias que expliquen, si no su vida, al menos las circunstancias de su muerte. Unos dicen que fue un pillo malamañoso, que tenía que parar como paró. Otros dicen que fue un loco incurable que deambulaba por la playa regalando cocos y pidiendo comida.

y. . . ¿comó murió?

La abuela no tiene todas las respuestas, pero lo que si cree saber es que Jacinto, aprovechando la cerrada oscuridad de una noche, echó mano de una de las vacas que pastaban a cierta distancia de la playa. La arrastro apresurado, sin darse cuenta por donde iba, tropezó con los chichones afilados de una peña, perdió el balance y se precipitó por la profunda grieta del respiradero.

Algunos vecinos del lugar creyeron escuchar esa noche un sobrecogedor alarido.

Al día siguiente habían desaparecido Jacinto y la vaca.

Pasó algún tiempo sin que nadie se atreviera a hablar del trágico accidente, hasta la noche en que unos niños se escurrieron sigilosamente hasta el respiradero. Allí comenzaron a dar voces que mas parecían burlas, en dirección a la boca rumosa y hueca de la roca:

¡Jacinto, la vaca!

¡Jacinto, la vaca!

Gritaban divertidos, cuando de pronto estalló un rugido rabioso del fondo mismo del pozo, acompañado por un golpe impresionante que ensopó a los muchachos. Muertos del susto, se regresaron corriendo a sus casas.

Desde entonces, se dice que el espíritu de Jacinto es un resentimiento vivo y sin reposo que yace en el fondo del hoyanco. Cuando escucha las burlas, se revuelca furioso y azota las aguas iracundas que alcanzan alturas alarmantes.

¡Jacinto, la vaca!

¡Jacinto, la vaca!

Así gritan más y más curiosos que se allegan al pozo de Jacinto. Todos van de día claro. La abuela asegura que muy pocos son los que se atreven a correr el riesgo de noche. lo que la pobre vieja ignora es que su nieto temerario desde hace rato, propone a sus amigos bajar juntos una noche al fondo del pozo.

Fin

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